Tanto los espárragos blancos como los trigueros son una fuente abundante de nutrientes para nuestra salud, pues nos aportan: hierro, vitamina A, C, E y K; ácido fólico y folato, nutrientes esenciales durante el embarazo.
Debido a su efecto diurético, los espárragos frescos, compensan el consumo excesivo de sal, mejorando el control de la hipertensión y la inflamación.
Además, mejora la fijación del calcio en los huesos, combate el insomnio, y refuerza la memoria.
Gracias a las vitaminas que contiene, nos defiende frente a los radicales libres.
Favorecen la vitalidad y estimulan la actividad mental y son muy beneficiosas en casos de astenia, fatiga crónica o hígado delicado.
No obstante, los espárragos enlatados llevan mucho sodio añadido, por lo que neutraliza la acción depurativa del potasio y del ácido asparagínico, compuesto que da el olor característico a la orina tras su consumo.
Cuando cocinéis los espárragos, debido a su contenido en nitratos, no es aconsejable recalentar los espárragos.
El potasio que contiene, nos ayuda a reducir la grasa y gracias su contenido en fibra, ayudan a limpiar nuestro sistema digestivo.
No tienen grasas ni colesterol, y aportan muy pocas calorías.
Poseen muchos antioxidantes, colocándose entre las mejores frutas y vegetales por su capacidad de neutralizar las células afectadas.
Otro efecto desconocido del espárrago, es su cualidad de diurético y su contenido de altos niveles de un aminoácido conocido como: asparagina, que sirve como diurético natural, y además de ayudarnos a orinar, también elimina, mediante la orina, el exceso de sales.
Esto es muy beneficioso para todas aquellas personas que sufren de edemas o para lo que tienen alta la presión sanguínea u otras enfermedades cardíacas.